S.O.S. (El sentido del progreso desde mi obra) by Miguel Delibes

S.O.S. (El sentido del progreso desde mi obra) by Miguel Delibes

autor:Miguel Delibes [Delibes, Miguel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias naturales, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1976-01-01T00:00:00+00:00


Prólogo a un libro sobre la caza de patos que no llegó a escribirse y en el que a la par que mi iniciación en aquel menester, gloso mi conocimiento de los socios del club Alcyon y los saberes cinegéticos del difunto señor Antiloquio.

Aún no apunta la aurora y sobre la línea negra del horizonte se alzan, como cúpulas, los resplandores lejanos de los pueblos limítrofes: Villacañas, La Puebla, Don Fadrique, Quero, Alcázar de San Juan y Villafranca.

Marzo está a la vista, pero aún no se ha quebrado el letargo invernal, y bajo las estrellas friolentas, reflejadas en el agua, apenas se escucha el tímido squic de la focha o el graznido ronco del porrón común. Los ojos, habituados a la oscuridad, columbran la línea divisoria del agua y la tierra, las masas negras, horizontales, de los carrizos quebrando la bruñida superficie de la laguna. En el embarcadero reina un desorden perfectamente organizado. La víspera, tras la cena, se sortearon los puestos y yo aguardo a oír el santo y seña, «Ojuelos 1», para adelantarme hasta la punta del embarcadero. Llevo en una mano el zurrón con los cartuchos y la escopeta en la otra:

—Señor Antiloquio, éste es el señor Delibes y éste su hijo.

—Por muchos años.

—Y que usted lo vea.

Con el señor Antiloquio echamos un trago la noche antes. El señor Antiloquio es un hombre corpulento, congestivo. La piel tirante de su rostro hace pensar que pinchando allí o arrimando la punta de un cigarro allá estallaría como un globo. Años atrás, al señor Antiloquio hubiera sido pasto pintiparado para las sanguijuelas. El señor Antiloquio, a pesar de su corpulencia, se arrastra por los surcos de los sembrados en primavera y decapita a las avutardas de un disparo a tenazón. Ni el río ni la laguna tienen secretos para el señor Antiloquio. El señor Antiloquio mata el hambre, las penas y el frío con la bota que porta siempre a la vera. Antes de agarrar la pértiga bebe un trago y luego se rocía las palmas de las manos con vino:

—Así no crían callo.

—Ya.

Sus movimientos —los movimientos del señor Antiloquio— son calmos y eficaces. Y también su voz. Apoya el extremo de la pértiga en la última tabla del muellecito y la barca se desembaraza perezosamente de los juncos donde yace embarrancada. Su quilla es buida y su fondo plano, como los pataches del siglo XVI. Delante de nosotros navega ya silenciosamente otra barca. Sus pasajeros, y el barquero, pértiga en mano, enhiesto en la proa, se dibujan sobre el cielo estrellado: son los ocupantes de «Masiega 2», en el caz de salida de la laguna. Detrás quedan las voces, el caos organizado, de los que aún aguardan. Sus palabras van distanciándose a cada golpe de pértiga. El señor Antiloquio no rema, arrastra la embarcación, asentando la vara en el fondo y dándole impulso:

—¿Así que por vez primera?

—Por vez primera, sí señor.

—Pues ya cogieron buen tiempo.

—Anteayer enrasó. Lo que hace falta es que dure. —Eso.

La proa, al abrir camino, produce un leve chapoteo sedante.



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